Textos
Michel Hubert Lépicouché
(a Philippe Jaccottet)
Celui qui gravit la montagne
Aux cent noms,
Et qui les dit,
Échos roulant sans fin
Sur le glacis des pentes,
Alors sur les hauteurs émerge,
Libre, enfin, de sa voix d´homme.
Aquel que asciende por la montaña
De los cien nombres,
Y los evoca,
Ruedan y ruedan
Los ecos por las brillantes laderas,
Ha coronar las más altas alturas,
Liberado, por fin, de su voz de hombre.
- I -
Hoy he vuelto a subir la montaña de mis sueños. Vencí al cansancio, al miedo, al vacío cuya llamada se hacía cada vez más imperativa bajo mis pies. Y cuando emprendí la bajada me dije: mañana volveré a subirla. ¿Qué es el vértigo del montañero cuando por fin tiene consciencia de lo profundo que es el mundo? El sueño del mar sólo tiene sentido al perderse en el horizonte, velas o alas de gaviotas que siguen alejándose más y más en la noche de los párpados cerrados. Hasta el infinito. Pero con la noción de infinitud choca la mole inmutable de la montaña, incluso con lo que queda de su recuerdo tras volver a despertar en las brumosas tierras bajas. Por eso el tiempo debe cadenciarse para soñarla, paso a paso, con sus cien nombres enunciados antes de volver a abrir los ojos…
…La Punta Dufour en el monte Cervino; la Cima Fiammante; el Monte Rosso; la Cima del Anime; el Pan di Zucchero; la Punta di finale; la Cima Nera; la Palla Bianca; el Piz Bernina...
- II -
El orden del que habla Hölderlin es el de los griegos, un modelo cosmogónico de un mundo jerarquizado verticalmente que se debe recorrer con los ojos en progresión ascendente, como la montaña de mis sueños: abajo la realidad visible y palpable de la tierra, árboles, rocas y cascadas con laderas tapizadas de musgos, de la que poco a poco me desprendo para acceder al reino superior de los dioses. Es el mundo perfecto evocado por Píndaro en su himno perdido: Zeus, después de haber creado el mundo, les preguntó a los demás dioses si algo echaban de menos, a lo que ellos contestaron que sólo le faltaba a su creación una voz para alabar una obra tan grande. Cuando asciendo por la montaña de mis sueños, son las voces de las musas, con las que Zeus completó su obra, las que susurran en mis oídos sus cien nombres:
El Milleschauer, la montaña más alta de Bohemia pintada por Gaspar David Friedrich, cumbre a la que los checos también conocen con el nombre de Reina del macizo de Bohemia; el Watzmann con sus tres picos: el Hocheck, el Mittelspitze y el Südspitze; el weissfluhgipfel, quizas la última visión de Kirchner, antes de suicidarse en Davos tras huir de la peste nazi; los Montes de los gigantes, también llamados Riesengebirge; los Montes Perdidos y los Malditos –estos últimos formados por el Aneto y el Maladeta – con la Sierra de Chia por medio…
- III -
Nada mejor que el alzado de una montaña a contraluz para ver las rocas pasar de lo material a lo espiritual. De esta confrontación con la montaña vista como vector ascendente de la estructura del cosmos, es de lo que me habla el “pintor de las letras mayores y de las acrobacias circenses”, en las Maigüales. Es el final de la tarde. El pintor ha sacado las butacas al prado que rodea su estudio. A nuestras espaldas los Montes Malditos, Aneto y Maladeta, se hunden en la noche, mientras que a poniente la mole maciza de la Sierra de Chia parece crecer y crecer hacia lo más alto de la morada sangrante de los dioses. Poco a poco los detalles de su ladera se vuelven más confusos, como al paso de una plancha gigante que estaría aplanando meticulosamente los pliegues de su complicada falda. Aún se hace esperar la brisa que al final del atardecer alivia la tensón acumulada por el exceso de calor a lo largo del valle y, con esta respiración contenida del pulmón vegetal, se establece un extraño silencio debido al vacío dejado por el cantar apagado de los pájaros. “Es la hora del despertar del cíclope, advierte el pintor, bien lo saben los pájaros”. Y así es: viniendo del túnel que atraviesa la montaña a media altura para conectar el valle con el pueblo de Chia, ya aparece la luz encendida del primer coche, como si el mismísimo Polifemo nos estuviera acechando con el fulgor de su único ojo.
Los Dientes Blancos; las llamativas rocas de Clegyr Boia, que afloran en el suroeste del País de Galle, y que William Black utilizó como fondo de sus grabados para romper con la impresión de infinito cuando le era necesario limitar la profundidad de sus escenarios; el Jungfrau; el Corvatsch; el Piz Lagrev, el Piz Lunghin y el Maloja que rodean el lago de Sils y que figuran en el Atlas de fotos creado por Gehrard Richter en los años 70 del siglo XX...
- IV -
“…Y si se les agradecen con tiernas inspiraciones, siempre piensan los poetas que de ellos está enamorada la naturaleza… ¡Ah! ¡Las cosas entre tierra y cielo que sólo se dan a los poetas para soñar!”, se mofa desde lo alto de la montaña el ermitaño Zarathustra que, como el Cíclope de Chia, duerme en una caverna. “Y más aún por encima del cielo, pues todos los dioses son imágenes de poetas, de poetas subterfugios!... ¡Ah! ¡Qué cansado estoy de los poetas, de los antiguos y de los nuevos: superficiales son todos para mí, mares sin profundidad!”. A pesar de su aversión por la sensiblería romántica, a Nietzsche le encantaba pasear por las orillas del lago de Sils, en medio de altísimas montañas que deslumbran la vista por la blancura de sus glaciares. A Sils - Maria, Nietzsche llegó el 18 de junio de 1883 y se marchó el 5 de septiembre, 48 días dedicados a la redacción de la segunda parte de su obra maestra en la que arremete contra los poetas. Yo, el poeta, también fui otro 18 de junio a añadir mi imagen a los reflejos de los glaciares en este lago, con la esperanza de que quizás me había situado en el mismo lugar de la orilla donde Nietzsche, en su meditación entre rocas y pinos, solía detenerse. Además de hacer con mi presencia un conjuro para librarme definitivamente de cualquier achaque romántico en mis escritos (o sea, siguiendo las recomendaciones de Nietzsche, como poeta prometer y prometer no abusar más de las imágenes, para dejar de subir la montaña de mis sueños con palabras que cojean y piernas que tartamudean), otro acto simbólico me esperaba en la orilla del lago de Sils: recogerme un instante ante la famosa roca donde puede leerse grabado el sueño de Zarathustra:
¡OH, HOMBRE ! ¡PRESTA ATENCIÓN! ¿QUÉ DICE LA PROFUNDA NOCHE? ¡YO DORMÍA, YO DORMÍA! ¡ME DESPERTÉ DE UN SUEÑO PROFUNDO! ¡EL MUNDO ES PROFUNDO, Y MÁS PROFUNDO DE LO QUE EL DÍA RECUERDA! ¡OH, HOMBRE! ¡PRESTA ATENCIÓN! ¡PROFUNDO ES TU SUFRIMIENTO! ¡LA ALEGRÍA ES MÁS PROFUNDA QUE LA PENA! EL SUFRIR HABLA: ¡DESAPARECE! PERO TODA ALEGRÍA BUSCA LA ETERIDAD. ¡UNA ETERNIDAD PROFUNDA, PROFUNDA ETERNIDAD!
El Dôme de neiges des Écrins; la Pointe Carmen; la Punta Croz; La Grande Rocheuse; La Pyramide Vincent; el Mont Blanc; el Corno Nero; el Mont Paradiso; el Dôme du Goûter; el Mont Brouillard; el Almanzor; el Polux; el Dente del Gigante; el Nevero; el Peñalara; el Torcal de Antequera y, en Almería, las Teticas, también llamadas Hermanicas, los dos picos volcánicos del Cerro del fraile en la Sierra de Gata donde David Panea encuentra sus motivos para sus apuntes tomados del natural; el Stanserhon; el Mont Ventoux...
- V -
Bovis es la unidad de vibraciones que la sensibilidad humana es capaz de detectar en lugares emblemáticos de la geopatía. ¿Un ejemplo famoso? El Stanserhon, en el cantón suizo de Nidwaden, que irradia un grado de vibraciones de 22.000 bovis, similar a las que desprende la Pirámide de la Luna en Teotihuacan, donde los hombres se convierten en dioses, por fin liberados de su voz humana mediante su incorporación a la universalidad cósmica. Igual de famoso es el Mont Ventoux, ese “reino de los vientos” de donde Plutarco volvió hecho otro hombre, después de pernoctar en su cima con las Confesiones de San Agustín llevadas en su mochila como lectura. Allí arriba, con la contemplación de la bóveda celeste es donde el poeta latino se fue convenciendo poco a poco de que el mundo es más profundo que el día incluso lo sueña. El milagro de su conversión es sólo asunto de miradas, allí, “entre piedras y ensueños”, como dice Philippe Jaccottet, el poeta suizo que medita sus poemas a la sombra del Ventoux, “allí donde termina la tierra, elevada hasta lo más cerca del aire (en la luz donde vaguea el invisible sueño de Dios)”… Las piedras inducen a un ejercicio de la mirada desde dentro hacia fuera, al examen cualitativo y cuantitativo del entorno; pero, debido a la facultad innata de los humanos para trascender la realidad, al rebotar sobre lo observado la mirada invierte su sentido convirtiéndose en mirada interior propia de los ensueños. Son los ojos doble puerta de la luz antes de ser la del alma, de la luz del entendimiento y de la luz solar que hace posible el mundo tal como lo vemos y tal como algunos artistas intentaron pintarlo: Caspar Wolf (La cascada del Staubbach en el valle de Lauterbrunnen, El glaciar inferior del Grindelwald con la Lütschine y el Mittenberg, Los torrentes del valle de Lauenen, …); Robert Zünd (El Pilato en las nubes…); Joseph Anton Koch (El glaciar inferior de Grindelwald, El Wetterhorn y el valle del Reichenbach…); Carl Flechen (La construcción del Puente del Diablo en el camino del Gotthard…), Alexandre Calam (Vista del Mont Blanc, El valle de la Lütschine con el Wetterhorn, Acantilados cerca de Seelisberg...); Ferdinand Georg Waldmüller (El Barranco del Rettenbach, cerca de Ischl, El Dachstein con el Gosausee, El Sandling cerca de Altausee, Paisaje de montaña…); Fiedrich Wasmann (El Naiftal en otoño…) Rudolf Koller (La Richisau, cerca del Vordenglärnish…); Christian Morgenstern (Vista del Starnberger y de la Benediktenwand…); Ferdinand Hodler (La Jungfrau, vista desde Mürren, Les Dents blanches près de Chambéry, Paisaje alpestre con mujer en la fuente…), y así sigo por los pasillos de la Fundación Oskar Reinhart dedicada a la escuela romántica suiza y alemana, en Winterthur, con paradas obligatorias ante las obras inspiradas en paisajes alpinos, hasta llegar a los cuadros de Caspar David Friedrich, el objetivo principal de esta visita. Pero si bien ante esta excepcional colección de obras de Friedrich uno agradece la recompensa tras el esfuerzo de peregrinar previamente entre tanto cuadro segundario, es sin embargo ante el retrato de este artista pintado al óleo por Gerhard Von Kügelen donde me quedo más tiempo parado. No cabe duda de que el rebote más turbador sobre este mundo es el que se produce doblemente entre dos miradas que quedan fijamente enganchadas: el flechazo. Pero el flechazo absoluto es el que imanta la mía, incapaz de cortar el flujo magnético que brota de los ojos de Friedrich clavados en los míos. Miro a Friedrich a los ojos, y me imagino los rebotes de esta mirada en vida sobre el mundo que le rodeaba, y que una incomparable capacidad de sublimar la realidad llevó a pintar como nadie el desamparo del hombre ante los misterios que esconde la naturaleza. No es una mirada inquisitiva la que tengo que sostener, pero sí algo escrutiñadora, como si los secretos que sombrean mi pensamiento también fueran parte de esta naturaleza que no se cansaba de retratar. Sigo mirándole a los ojos y por fin comprendo de donde le viene tanto poder hipnotizante: con sus ojos clavados en los míos me está diciendo lo mismo que Zarathustra en Sils: sí, el mundo es profundo, más profundo incluso de lo que el día recuerda, y yo, mientras aguanto el magnetismo de su mirada, soy el centro vivo de esta profundidad.
Winterthur – Valverde de la Vera – Castejón de Sos
Primavera – verano de 2012